Por Los Tiempos

Los centenares de Quijotes dibujados y pintados por el boliviano Walter Solón fueron una lanza contra el olvido cuando la dictadura del militar Hugo Bánzer hizo desaparecer en 1972 al hijo de su esposa, José Carlos Trujillo.

A partir de ese momento, el Caballero de La Mancha se convierte para Walter Solón (1927-1999) en “la forma de expresar su fuerte rabia y reclamo de la desaparición de José Carlos”, afirma a Efe su hijo Pablo Solón durante una visita a la casa del muralista en La Paz, convertida en un museo donde puede apreciarse ese legado.

El museo, que también acoge una fundación sobre el pintor, tiene por logotipo un Quijote y una piedra con ojos y una boca cosida.

Según Pablo Solón, estos símbolos representan las dos obsesiones de madurez del pintor: la justicia y la memoria. Su padre solía decir que todo lo que uno hace ha sido visto por las piedras.

“Esa memoria va a emerger y cuando emerge es como un volcán”, afirma Pablo.

El personaje cervantino siempre fue motivo de fascinación para el muralista. De 1967 es la serie a tinta “El Quijote y San Francisco”, que reproduce hipotéticos diálogos entre los dos personajes.

“Él consideraba que los dos eran personajes muy apegados a la justicia y desprendidos de las cosas materiales”, explica Solón sobre su padre, que elaboró la serie cuando residía en Nueva York. De 1956 es un mural en la ciudad boliviana de Sucre que representa un Quijote de tres cabezas, que reivindica la educación frente al colonialismo y “la maquinaria destructora de la naturaleza”.

Pero el sentido de los dibujos cambió con las dictaduras militares y la desaparición de José Carlos Trujillo Oroza, hijo del primer matrimonio de Gladys Oroza de Solón y militante del grupo de inspiración guevarista Ejército de Liberación Nacional (ELN).

Las fuerzas de seguridad lo arrestaron el 23 de diciembre de 1971, lo torturaron en prisión y lo hicieron desaparecer el 2 de febrero de 1972, según la investigación del caso.

La siguiente serie se llamó “El Quijote y los perros”. Solón la difundió en 1974, aún en plena dictadura de Bánzer (1971-1978).

“A su inauguración apenas fueron 10 o 12 personas, pero todo el mundo compró el álbum por debajo”, recuerda Pablo Solón. En las láminas, perros y militares cometen torturas y violencia con el Quijote -a veces postrado, a veces crucificado, a veces ausente y lejos de su lanza- como oponente. “El Quijote es la lanza del pintor”, sentencia su hijo Pablo.

A la serie sobre los perros le sucede “El Quijote en el exilio”.