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Por Colombia 2020

Desde hace dos años, los oficiales que buscan ascender a coroneles o capitanes de Fragata deben tomar un curso obligatorio de escritura de sus propios relatos de guerra.

“El Vick Vaporub era normal utilizarlo en la nariz para soportar los olores putrefactos de los cuerpos y la pólvora de los explosivos que quedaban en el ambiente. Sólo fue posible encontrar a 18 soldados de los 22 que murieron en la explosión de la casa en la que descansaban en medio de un operativo en El Castillo (Meta). El resto de cuerpos quedaron esparcidos en un área de aproximadamente 200 metros y su búsqueda duró casi dos días. Lo más impactante fue cuando empezaron a subir los restos a mi helicóptero. Había bolsas de 20 centímetros, donde se encontraban las partes de los cuerpos que se pudieron recuperar”. Este fragmento forma parte de la historia del mayor Naily Akid Ganem Hernández. (Lea esta historia completa aquí: Una casa y mil sueños volando) 

Como él, más de una decena de oficiales de las Fuerzas Armadas (entre hombres y mujeres) han empezado a escribir las anécdotas más duras que padecieron durante la guerra. El ejercicio, sin duda, ha dado elementos valiosos para comprender el impacto que tuvo para Colombia este conflicto armado de más de medio siglo.

Todos estos oficiales llegarán a conformar el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas y, según el coronel Wilson Alabe, director del Centro de Investigación en Conflicto y Memoria Histórica Militar de la Escuela Superior de Guerra, el objetivo es humanizar a quienes han estado más de la mitad de su vida en guerra.

“Lo que se pretende es resaltar la parte humana del miembro de las Fuerza Militares. En el ejercicio de escribir su relato se busca darles las herramientas para que ellos sepan cómo se construye memoria. Es desarmar ese vocabulario y ese resentimiento que queda del conflicto. Además, se trata de permitir ver que detrás de este uniforme no hay una máquina de guerra, sino un ser humano, explicó el coronel Alabe.

“Llega a mí una imagen mientras aterrizamos en el puesto del alto Coreguaje (Caquetá) con los comandantes: una línea de muertos, aproximadamente 50, entre guerrilleros y soldados de la patria. Las paredes de las casas están completamente agujereadas por los combates. Recuerdo el olor a selva y a sangre, y mi curiosidad por ver los muertos de la guerrilla. Al ver sus rostros noté que todos eran muy jóvenes, podría decir que ninguno era mayor de edad, había niños y niñas. Me embargó un sentimiento de repudio” (Lea esta historia completa aquí: Memorias de un Colibrí).

Las palabras son parte del texto que escribió el mayor Yerim Andrés Rozo Cepeda en este curso de Memoria Histórica, que empezó a dictarse hace dos años a quienes buscaban ascender a coroneles y capitanes de Fragata. En ese momento se estableció una estrategia para enseñarles a los militares la importancia de comprender este pasado. Elizabeth Andrade, psicóloga y máster en derecho internacional humanitario y asesora de este centro de investigación militar, explicó que el gran valor de estos relatos es que se trata de personas que conocen de cerca el conflicto y, por lo tanto, contribuyen a la creación individual e institucional de la memoria.

“No buscamos cambiar ni transformar la historia, pues estas memorias se cuentan desde una visión personal. El objetivo es entenderla. Es leerla desde las vivencias de individuos particulares. Muchas de esas historias pueden, por ejemplo, demostrar que algunos miembros de las Fuerzas Armadas también fueron víctimas de violaciones a los derechos humanos dentro del conflicto. Esto, obviamente, teniendo en cuenta toda la reglamentación nacional e internacional. A su vez, estos escritos son parte de la memoria institucional que se debe recuperar y que explica cómo la guerra afectó la parte humana de los militares”, manifestó Elizabeth Andrade.

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“Quiero compartir con ustedes la historia que vivimos con una unidad en la vereda El Carmín, en el municipio de Anorí (Antioquia), donde un soldado miembro de una unidad fue afectado por una mina antipersonal. Fue afectado en su miembro derecho, más abajo de la rodilla. Esa parte de su cuerpo se desprendió en el momento del estallido de la mina. Fue evacuado, y gracias a Dios hoy continúa su recuperación en el centro de rehabilitación. Pero el soldado no sólo quedó afectado por perder su pierna; ese fue el comienzo de una nueva vida, personal, familiar y laboral” (Lea esta historia completa aquí: Un héroe y una mina), escribió el mayor José Ángel Albino Álvarez.

Reconstruir las vivencias y memorias de la guerra desde lo que les sucedía a los militares se pensó una tarea imposible. Sin embargo, ante la firma del Acuerdo de Paz con las Farc y la necesidad de transformar las Fuerzas Militares, la memoria histórica empezó a ocupar un lugar privilegiado.

“La gente cree que construir memoria histórica es difícil, pero cuando uno les explica que es relatar su propia vida es muy diferente. Por eso queremos mostrar que un piloto de un helicóptero Black Hawk no es una máquina de guerra, sino un ser humano. Nuestra labor se basa en tres premisas: humanidad, legitimidad y victoria. La meta es dar a conocer el costo humano del conflicto en las Fuerzas Militares”, concluyó el coronel Alabe.

Este es uno de los tantos intentos de las Fuerzas Armadas por contribuir, desde su propia óptica, a las múltiples visiones que existen para entender qué sucedió en el conflicto armado que perduró en el país más de medio siglo.