Por Juan Manuel Vial
He vivido en capitales que se jactan de contar con excelentes museos del Holocausto, pero jamás se me pasó por la cabeza pisar alguno de aquellos templos del horror. En su momento, como parte de un programa de intercambio entre periodistas alemanes y latinoamericanos, tuve la oportunidad de visitar varios campos de concentración nazis, pero la sola idea de avanzar por lugares tan espeluznantes me produjo, y me sigue produciendo, repulsión. Fui el único del grupo que se quedó en el bus de turismo contratado para la ocasión. Y hoy en día vivo bastante cerca del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, camino por fuera casi todos los días, pero estoy cierto de que no traspondré ese umbral. Por una parte, nunca he percibido el beneficio moral de este tipo de edificios conmemorativos y, por otra, creo en algo muy simple: cuando entro a un museo, voy tras la belleza.
Está en Chile por estos días David Rieff, un lúcido y provocador historiador estadounidense que debiéramos tomar en cuenta para ir derrotando la tiranía que desde hace demasiado tiempo nos viene imponiendo el acatamiento de lo políticamente correcto. Rieff, que es hijo de la escritora Susan Sontag, vino a promocionar Elogio del olvido. Las paradojas de la memoria histórica, un ensayo fenomenal en donde expone muchas ideas brillantes que le resultarán hostiles, por cierto, a quienes se complacen con casi todos los discursos biempensantes en boga.
Rieff sostiene que es imposible que los museos del Holocausto –o los de la Memoria– cumplan con la consigna del “nunca más”; aduce que “los ejercicios colectivos de rememoración histórica” no tienen nada que ver con la historia como disciplina académica; despoja de valor moral a aquel dudoso constructo social llamado memoria colectiva; le saca nuevos brillos a una tremenda frase de Nietzsche: “la interpretación que prevalezca en un momento dado es una función del poder y no de la verdad”; critica la superioridad moral de los organismos internacionales de derechos humanos; se refiere en varias ocasiones al caso de Chile y de Augusto Pinochet, y, finalmente, propone algo bastante sensato: a veces es mejor olvidar que recordar.
Leer a Rieff en tiempos como los que corren viene a ser algo más que una experiencia iluminadora. Me explico: hoy en día Estados Unidos arde –es un decir– debido a las últimas declaraciones y tuiteos de su presidente. ¿La causa de todo el embrollo? La memoria. Cientos de neonazis y supremacistas blancos marcharon el sábado por Charlottesville para protestar por la defenestración de una estatua del general Lee, el líder del ejército confederado que perdió una guerra civil hace más de 150 años. La Causa Perdida –así se llama en Estados Unidos, con mayúsculas– es la que reivindica los valores sureños, entre otros el esclavismo. Y si La Causa Perdida aún existe, se debe, por un lado, a que los victoriosos les permitieron a los vencidos el uso de símbolos que la perpetuasen, y, por otro, al empecinamiento de generaciones y generaciones de sureños por recordar.
Trump dijo el jueves que las estatuas de los líderes confederados no debieran ser removidas de los espacios públicos, que había que respetar el pasado, algo en que ni los descendientes de los próceres homenajeados están de acuerdo. De hecho, tras los graves disturbios de Charlottesville, casi todos los municipios que aún cuentan con monumentos de esta índole se están apurando en retirarlos, precisamente para evitar choques como los del sábado en sus calles.
Como sea, el asunto va por otro cauce: al no condenar a los neonazis ni a los supremacistas blancos, Donald Trump reafirma una de las admoniciones más potentes de David Rieff en contra de la memoria: “En la actualidad, los fascistas y los multiculturalistas, los servidores del estado y los revolucionarios comprometidos a poner al estado de rodillas, las élites y las contraélites se unen para rendir homenaje al ‘Deber de la Memoria’”. La renovación perpetua de la memoria colectiva, continúa el autor, no garantiza la justica, sino que promueve el agravio y la venganza interminables. Así nomás quedó demostrado el sábado con la muerte de tres personas en Charlottesville. La solución que propone Rieff es simple y viene dada a través de unas sabias palabras del escritor Philip Roth: “Recuerda olvidar”.