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Por Neverg Londoño Arias

Unos cuentan que el paraíso se ubicó en muchos lugares del planeta donde se desarrolló la vida y la cultura a su manera; y otros, que la tierra fue recorrida por pueblos nómadas que buscaban lugares cada vez más lejanos para el pastoreo y la recreación de la vida.

Colón fue el continuador de una serie de visitas que posiblemente pueblos Normandos, Vikingos y Polinesios hacían a estas tierras. Su importancia radica en su llegada a conquistar: invadir, saquear, matar, expropiar y tomar posesión en nombre de la corona española y la iglesia católica.
España encontró el continente americano y en cuarenta y cuatro años (1492-1536) logró el sometiendo, a sangre y fuego, de gran parte de las comunidades indígenas de América, en guerras desiguales donde murieron hasta los dioses.

Después vino la Colonia, la guerra pacífica contra la cultura anterior. De acuerdo con Eduardo Galeano, “En 1492 los nativos descubrieron… descubrieron que eran indios; descubrieron que vivían en América; descubrieron que estaban desnudos; descubrieron que existía el pecado. Descubrieron que debían obediencia a un rey y una reina de otro mundo…y a un Dios de otro cielo… y que ese Dios había inventado la culpa y el vestido; y que había mandado que fuera quemado vivo quien adorara el sol y a la luna, y a la tierra y a la lluvia que la moja…”

Quinientos veinticinco años después de este acontecimiento tratamos aún de dar respuestas a preguntas no resueltas para interpretar las razones por medios de las cuales terminamos en una sociedad de extremos, ocultando permanentemente la verdad, desconociendo al otro, marginándolo, aceptando un racismo solapado desde la dominación del blanco y el mestizo, frente al negro y el indígena maltratados, o frente al otro que ni vive ni piensa como nosotros.

El indígena marginado se ha comprometido en luchas por recuperar una tierra que perdió en la guerra contra el conquistador; deseo frustrado en un país de leyes, papeles, terratenientes y notarios. Hoy día vemos muchos de ellos recordando un pasado feliz que le contaron los de “antigua”, donde todo lo que alumbraba bajo el sol y refrescaba la luna, les pertenecía. Van trenzando chakiras, nostalgias y silencios frente a un destino aciago, se agrupan con su familia en un rincón de cualquier calle de Colombia, mendigando un espacio en la sociedad y un pedazo de pan para saciar su hambre y la de su pueblo.