Por José Vadillo
En 85 imágenes, el libro fotográfico El dolor del retorno narra el proceso de entrega de cuerpos de los forenses del Poder Judicial a familias campesinas, cuyos parientes fueron asesinados por distintos actores del conflicto armado interno. Libro se presenta hoy en el Lugar de la Memoria.
La vida hace péndulo entre paradoja y metáfora. Las cuatro niñas cantan en quechua y juegan a la ronda, a metros de donde sus padres y tíos lloran y entierran a familiares que demoraron 30 años en sepultar porque sus huesos estaban confundidos en un hoyo sin nombre. Los trajeron de regreso a la comunidad en unas cajitas blancas, de un poco más de metro de largo, desde muy lejos, desde la capital que llaman Huamanga.
Para el fotoperiodista Miguel Mejía Castro, la imagen resume la esperanza. Es una de las 85 fotografías que integran su libro El dolor del retorno.
En 2013, el fotógrafo limeño inició esta labor de registro en Ayacucho, el lugar más golpeado por los 20 años de guerra interna, entre 1980 y 2000. Primero en lugares montañosos adyacentes al río Apurímac, en el distrito de Chungui, provincia de La Mar. Como Huallhua y otros. Para llegar, se necesitan 12 horas en carro y otras 18, a pie.
Chungui es el distrito peruano que, según la Comisión de la Verdad y Reconciliación Nacional, sufrió el mayor número de pérdidas humanas durante los años de violencia: 1,384 muertos y desaparecidos.
Al año siguiente, Mejía estuvo en Huamanga para la entrega oficial de 65 cuerpos de diferentes casos de Apurímac y Ayacucho. La “entrega” debe leerse dentro de la narrativa visual: desde el momento que los especialistas del Equipo Forense Especializado (EFE), del Ministerio Público, enseñan a los familiares los huesos que irán en sus cajas blancas, hasta la entrega per se. El fotógrafo no olvidará a aquella anciana que llegó sola como un astronauta para recoger el cuerpo de su hija. Después, acompañó a una familia a otro centro poblado, que también se llama Huallhua, pero se ubica en el distrito de Ayahuanco, a 12 horas en combi de la ciudad de Ayacucho.
En 2016, los forenses del EFE por vez primera se desplazaron a una comunidad a entregar los restos exhumados; 34 de las víctimas fueron acribilladas por Sendero Luminoso. Les prendieron fuego, encerrados en la iglesia de Ccano, comunidad de la provincia de Huanta. El ministro de Justicia viajó hasta allá para participar de la simbólica ceremonia.
Los forenses convirtieron a los desaparecidos en muertos, en huesos. Les dieron una identidad, reconstruyeron sus muertes para que no queden impunes. Mejía, por ello, también cuenta en el libro su trabajo de exhumación de restos. También fotografió el día a día de esas comunidades campesinas quechuahablantes.
La realidad oculta
“Vivimos en el país una guerra donde los civiles estaban entre los dos fuegos. La personalidad del Perú está marcada por su pasado. Y si eres consciente de ello, puedes hacer que el presente y el futuro sean mejores. De lo contrario, estás condenado a repetir los mismos errores”, opina Miguel Mejía.
Otro impulso para documentar en imágenes El dolor del retorno fue la despreocupación del Estado y las organizaciones de derechos humanos por la situación actual de los sobrevivientes y sus hijos: personas de las áreas rurales sin acceso a los medios de comunicación. “Son una realidad oculta”, recuerda.
“Hay que curar bien esas heridas, no solo entregándole los restos de sus familiares, sino con atención sicológica, brindando oportunidades a las nuevas generaciones. Porque sus hijos están en el mismo círculo de pobreza. Se les debe de dar oportunidades de educación y desarrollo. Viven en una zona roja y ellos se vuelven ‘mochileros’ de los narcoterroristas”. ¿Es el futuro que sus padres ausentes quisieron para ellos?