Por: Alfredo Herrera
La libertad de Alberto Fujimori, gracias a un acto presidencial por demás repudiable, ha traído como consecuencia inmediata la división del país. La explicación del presidente Kuczynski, apelando a la reconciliación y el perdón, y las posteriores disculpas del indultado, no han hecho más que avivar la profunda brecha social y emocional que ha dejado la memoria de la época de violencia política en nuestro país.
Sin embargo, algo hay que hacer para que el futuro político, y social, de nuestra sociedad se mantenga a flote, antes de que cualquier otro manotazo nos termine de hundir en el desconcierto, la desesperanza y el caos. Desde hace varios años hemos repetido la frase “ni olvido ni perdón”, o aquellas otras que dicen: “sin verdad no hay perdón”, “nunca más” o “para que la historia no se repita”, ya sea en discursos, pancartas o inscripciones en los muros en la ciudad, guarecidos bajo el manto de la libertad de expresión, efímera dádiva de la democracia.
Una de las cosas que deberíamos hacer desde todos los frentes, los puntos desde donde se irradia la gobernabilidad y la opinión pública, es mantener viva la memoria y hacer de su vigencia una manifestación cultural, una forma de actitud identitaria, una manera de ser ciudadano. El olvido es causa de los fracasos, mientras que la memoria nos ayuda a no repetir los errores, el olvido genera ignorancia y la memoria experiencia y sabiduría.
Más allá de frases repetidas o bien intencionadas, lo cierto es que nuestro país necesita de la construcción de una cultura de la memoria; así, cuando hayan pasado algunos años sabremos que tuvimos gobernantes traidores, que el terrorismo nos hirió de muerte, que el fujimorismo dañó nuestra cultura y que en lugar de perdón hubo olvido y en lugar de sanción impunidad.
También recordaremos que hubo dignidad, que conocimos personajes que no cayeron en las garras de la corrupción, que no se rebajaron a compincharse con los traidores ni se escondieron detrás de sus líderes para hacer de las suyas. Recordaremos la noche oscura del 24 de diciembre del 2017 y las multitudinarias marchas contra el indulto, y todo nos servirá para que aprendamos como sociedad, para que las futuras generaciones sepan que en el Perú también hubo dignidad.
La memoria es una de las principales armas para mantener la paz en la sociedad, otros países lo han experimentado y no solo han logrado la reconciliación, sino el progreso. No es fácil, no lo será, pero hay que empezar a hacerlo. El Informe Final de la Verdad y Reconciliación, debería ser leído y releído desde la infancia, deberíamos hablar de los desaparecidos y las torturas hasta que ya no nos duela; no hay que olvidar a Fujimori, hay que saber que cometimos errores.
La memoria no solo está en los actos políticos, está también en la literatura y en las artes, en el periodismo responsable y el comportamiento ético de los ciudadanos, en la formación de los maestros y en la formación de las juventudes, en los claustros universitarios y en los parques públicos; la memoria debe ser latente por donde vaya un ciudadano, solo así aprenderemos a reconciliarnos y a vivir en paz.