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Por Renato Cisneros

La narrativa del pasado enfrenta uno de sus momentos más críticos.

La memoria no puede ser neutral. La historia que ella pretende conservar da cuenta de hechos funestos generados a raíz de un enfrentamiento trágico entre miembros de una misma sociedad, de modo que ni neutralidad ni equilibrio son opciones a la hora de recapitular lo vivido.

Si ya cuesta llegar a un consenso acerca de la denominación de aquel período (¿conflicto armado?, ¿guerra interna?, ¿violencia política?, ¿época de subversión?), no hay razones para esperar un relato balanceado de esa etapa. Y si ese relato es, además, artístico, la exigencia de imparcialidad o desapasionamiento cae en el despropósito: el buen arte es necesariamente parcial y por eso mismo inquietante; ofrece una mirada, elije un ángulo y desde allí remueve el pasado para tomar una posición crítica respecto de él o denunciarlo directamente.

Si la memoria artística tiene un deber, es el deber de incomodar, de volver cuantas veces sea necesario sobre los episodios más dolorosos hasta que se entienda –y, en la medida de lo posible, se erradique– la causa que los originó.

Tras la controversial remoción de Guillermo Nugent de la dirección del Lugar de la Memoria (LUM) –a solo diez meses de haber asumido el cargo, por respaldar una exposición temporal que, en consideración del ministro de Cultura, va en contra de la misión pedagógica del LUM–, ha quedado en el ambiente la desagradable sensación de que el Gobierno no tiene verdadera autonomía para administrar una institución que, por su propia naturaleza y significado, es y tiene que ser incómoda. No puede pensarse el LUM como si fuera la Defensoría, la Beneficencia o el Arzobispado. Aunque sus puertas estén abiertas a los peruanos de todas las tendencias ideológicas, aunque aspire sinceramente a convertirse en un espacio integrador, lo cierto es que hay un gran sector del país –que tiene en el fujimorismo su opción política– que no lo aprecia del todo, que encuentra prescindible toda reflexión o debate en torno de la memoria, que dice admitir el término de ‘reconciliación’ pero no asume los crímenes y delitos perpetrados durante la dictadura (es más, ni siquiera reconoce el carácter dictatorial del régimen que nos gobernó a lo largo de los noventa) y que aún hoy desconoce la importancia del informe de la CVR, documento inspirador de la muestra permanente del LUM.

Es ese mismo sector el que ha objetado abiertamente la exposición Resistencia visual 1992. Una carpeta colaborativa, por considerarla ‘sesgada’, desatando una polémica que el ministro Salvador del Solar ha preferido zanjar con la salida de Nugent: una decisión menos justa que complaciente. El saldo es negativo por donde se mire: ni la polémica de fondo se ha zanjado ni el LUM se ha fortalecido.

Más allá de los posibles descuidos de la muestra en cuestión, ¿por qué el fujimorismo y los sectores conservadores del país, en vez de rechistar en las redes sociales, no generan una exposición paralela? ¿Por qué no impulsan un contrapunto, un diálogo artístico en el propio LUM? Si les parece que las expresiones creativas sobre la memoria que han venido circulado en los últimos años son tendenciosas o ‘caviares’ o ‘progres’, o directamente ‘proterrucas’, ¿por qué no las replican con otros artefactos estéticos? Pensándolo bien, ¿existe una obra plástica de la que se haya servido la derecha peruana para dar su propia versión del pasado sin dejar de referirse, por ejemplo, a la violación de derechos humanos?

Para el profesor de la Universidad Católica Víctor Vich, autor de Poéticas del duelo, un importante conjunto de ensayos acerca del arte, la violencia y la memoria del Perú, esa producción es menor y casi no existe. Tal pobreza de iniciativas obedece a lo dicho líneas arriba: el pasado no les interesa realmente, ni como problema, ni como objeto de estudio, ni como recurso expresivo. Si algo promueven esos sectores, es el perdón amnésico, el pasar la página sin pedir disculpas, la desmemoria sin reparación. En otras palabras, el olvido. Hacen apología del olvido. Si de ellos dependiera, hasta le levantarían un museo.

Esta columna fue publicada el 26 de agosto del 2017 en la revista Somos.