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La discusión en torno a la figura simbólica de una grieta que divide ideológicamente al país debería encontrar puntos en común que van más allá de las disputas políticas. Hay ejemplos claro de la vida democrática que deben gozar del consenso y no dejar lugar a discusiones ni a revisionismos. Y uno de ellos tiene que ver con la lucha incansable de Abuelas de Plaza de Mayo en la búsqueda de los niños que fueron apropiados durante la última dictadura. La recuperación de 127 identidades es la prueba contundente de la perversión, la morbosidad y la violencia con las que actuó el aparato represivo. Pero no lograron impunidad. Antes o después, esas vidas que robaron encontraron su curso natural; lograron conocer sus orígenes, sus historias y entender los porqués a los que no les encontraban explicación. De eso se trata la identidad. De conocerse. De reconocerse. De saber que no existe ni dictador ni represor capaz de vencer el poder de la memoria.